PUES DICES TÚ
Se te llena la cabeza de colores
Las dos personas normales pasean por las calles de un barrio cercano, un poco más elegante (sin pasarse) y un poco mejor cuidado (tampoco tanto) que el suyo
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Las dos personas normales pasean por las calles de un barrio cercano, un poco más elegante (sin pasarse) y un poco mejor cuidado (tampoco tanto) que el suyo, con algunos árboles más en las calles, casi todos plátanos de sombra que ya han echado las ... primeras hojas y se preparan para cuando la sombra haga falta de verdad.
La primera persona normal se detiene sin decir nada ante el escaparate de una repostería. Cuando la segunda persona normal se da cuenta, desanda unos pasos y sonríe.
—Qué rico el pan, ¿eh?
La primera persona normal no contesta. La segunda insiste:
—Qué rico el pan, digo.
—¿Cómo?
—Que qué rico el pan.
—No estaba mirando el pan.
—Y ¿qué mirabas?
—La magdalena esa. —La señala.
—¿Cuál? —pregunta, buscándola, la segunda persona normal.
—Esa.
—Ah, ya. Muy buena magdalena.
—¿Verdad? Me ha traído muchos recuerdos.
—Normal. Las magdalenas traen muchos recuerdos.
—¿Y eso?
—No sé. Es una cosa que tienen las magdalenas. Será el olor.
—Me he ido de golpe a cuando medía esto. —Pone la mano paralela al suelo, como hacen las señoras en los pueblos cuando dicen que conocen a alguien desde que era así.
—Y ¿qué has visto?
—Ver no he visto nada. He sentido cosas. Escalofríos.
—¿Escalofríos?
—Un escalofrío, sí. Como si fuera invierno.
—Ah, claro, normal. Es que aún no hace bueno bueno.
—Como si fuera hora de ir al cole y tuviera que desayunar rápido.
—No te entiendo.
—Pues eso es lo que me ha pasado.
—Qué cosas... ¿Desayunabas, entonces, magdalenas? Cuando eras así, digo. —Pone la mano como corresponde.
—Pues no sabría decirte. Más galletas maría, creo. Y a veces no desayunaba nada. Y a veces desayunaba huevos pasados por agua, según lo que le hubieran contado a mi madre. Y a veces desayunaba chorizo.
—Pues hemos pasado por delante de una charcutería y no has dicho ni mu.
—Ya. Será que los chorizos no traen recuerdos.
—Será eso.
—Los domingos sí que desayunaba magdalenas. Y a veces iba a casa de mi abuela y me daba dos. Y una copita de anís.
—¿Y una peseta?
—Y una peseta. ¿Cómo lo sabes?
—Porque me he quedado mirando la magdalena esa y me ha salido lo mismo. A ver si va a ser una magdalena mágica…
—Pues igual. ¿Nos ponemos a mirar los suizos, a ver si nos pasa también?
—Venga…
Las dos personas normales estudian con mucha atención los suizos, de textura densa y esponjosa. La segunda persona normal se concentra en las incisiones, espolvoreadas de azúcar granulada.
—Pues dices tú —concluye—, pero nada.
—Nada, ¿verdad? —confirma la primera persona normal.
—Nada de nada. Durante un momento me pareció que iba a pasar algo, pero al final…
—Ya, ya. Te entiendo. Con los suizos no funciona.
—¿Y con los cruasanes?
—Es sólo con las magdalenas, me parece. Pero vamos a probar...
Las dos personas normales pasean la mirada de bollo en bollo: bambas, pepitos, ensaimadas, napolitanas, palmeras, pestiños, buñuelos… Efectivamente, no sucede nada. Eso sí: en cuanto ven una magdalena…
—Tú también lo has notado, ¿verdad? —pregunta, estremecida, la primera persona normal. A la segunda persona normal se la ve inquieta.
—No quiero decirlo.
—¿Te ha pasado o no te ha pasado?
—Que no quiero decirlo...
—Si miras la tartaleta esa, por ejemplo, te da como hambre y ya está. Pero si miras la magdalena…
—Esa magdalena, sobre todo… —admite, rindiéndose a la evidencia, la segunda persona normal.
—Esa magdalena, sobre todo… —repite la primera persona normal, sin parpadear siquiera.
—Se desata la mundial.
—Se desata la mundial, exactamente.
—Se te llena la cabeza de colores y de sabores y olores. Y te vas a cuando salías al recreo, y a cuando te pasaban un cigarro y robabas una revista, y a cuando te castigaban y a cuando ibas a misa y luego al río y luego a casa, y luego tu abuelo oía el fútbol en el transistor pequeño, y luego te perdías no sé dónde un día cualquiera y se te olvidaba el abrigo y te echaba la bronca tu madre. Y luego te calentaba leche...
—Justo.
—Y se te pasaba el frío…
—Con la magdalena esa, justo esa. —Las dos personas normales se miran—. Deberíamos comprarla, ¿no crees? —Tienen los ojos brillantes. La primera persona normal baja la vista.
—¿Qué te pasa? —le pregunta, preocupada, la segunda persona normal.
—Que no me atrevo.
—¿No te atreves?
—Es mucho para mí. De golpe. Me da un poco de miedo entrar.
La segunda persona normal le pone la mano en el hombro.
—No te preocupes por eso…
La segunda persona normal entra con resolución en la repostería y alcanza el mostrador. Le señala la magdalena a la dependienta; ella dice algo; la segunda persona normal cambia de cara. Sale de la pastelería.
—¿Qué ha pasado? —le pregunta, con ojos ansiosos, la primera persona normal.
—Que es un muffin.
—¿Cómo que es un muffin?
—Como lo estás oyendo. Que es un muffin.
—Entonces, ¿nos lo hemos inventado todo?
—Pues, por lo visto, sí.
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